No confundas ingresos con dinero: así funcionan los beneficios reales (2)
Segunda parte
En la primera parte de este artículo, expuse por qué no podemos confundir el beneficio contable con el dinero real en la caja. Explicamos cómo el beneficio que aparece en los balances no siempre se traduce en liquidez inmediata, sobre todo en el caso de las micro y pymes. Mostramos con un ejemplo cómo una empresa puede “ganar” 450.000 euros en sus cuentas, pero no tener efectivo suficiente para afrontar sus pagos más inmediatos.
Hoy vamos a continuar esa reflexión, centrándonos en uno de los temas más malinterpretados (o manipulados) por parte de los responsables políticos y sindicales: el reparto de dividendos. Porque no, la mayoría de las micro y pequeñas empresas en este país no reparten dividendos como si fueran multinacionales. Y sí, los dividendos tienen un sentido dentro del sistema económico en el que vivimos. Pero como todo, requieren prudencia, disciplina y orden. De eso hablaremos en esta segunda parte.
Dividendos: la realidad que los políticos no entienden (o no quieren entender)
Ya sabemos todos que, en este país lleno de microempresas y pymes, la gran mayoría de ellas no reparten dividendos. Pero, como siempre, los políticos —demostrando una gran ignorancia o maldad, que vete tú a saber— no paran de hablar de los grandes beneficios que obtienen las empresas y del reparto de dividendos.
La realidad es que solo las grandes empresas, algunas medianas y, con suerte, alguna rareza entre las micro-pymes, cobra dividendos una vez cerrado el ejercicio económico.
La prudencia es un factor que debe imperar siempre en cualquier empresa, pero también la disciplina. Y en este asunto de los dividendos, la disciplina es —en mi opinión— fundamental. Y me explico.
De forma general, yo aplico una regla en las empresas que he asesorado. La llamo la regla de los “tercios”:
Un tercio debe destinarse al servicio de la deuda.
Otro tercio, a aumentar las reservas voluntarias.
Y el último tercio, a repartir dividendos.
Esta regla está sujeta, como es obvio, a adaptaciones porcentuales según el grado de beneficio alcanzado. Lo importante —insisto— no son los porcentajes. Lo importante son los conceptos.
Beneficio al servicio de la deuda. En general, todas las empresas recurren a la deuda bancaria para financiar parte de sus inversiones. Es, por lo tanto, una prioridad que el beneficio esté primero al servicio de la deuda.
Beneficio para aumentar las reservas voluntarias. En este caso hay un límite, sí, pero hasta alcanzarlo deberemos fortalecer las reservas, porque ayudan a construir un neto patrimonial fuerte, lo que se traduce en solidez o solvencia para la empresa.
Beneficio para pagar dividendos. La mala interpretación que algunos políticos —de determinado color— hacen de los dividendos me obliga a aclarar lo evidente: les guste o no, en Occidente (salvo raras excepciones) nos regimos por un régimen capitalista. Esto significa que la inversión cumple un principio básico de desarrollo económico y financiero para cualquier empresa. Por eso todo inversor invierte (arriesga) y, por lo tanto, tiene todo el derecho del mundo a recibir una remuneración por el riesgo asumido.
Da igual que lo haga un fondo de inversión o los partícipes de una empresa familiar: todos ellos, sin excepción, tienen derecho a que se les remunere su inversión sin crítica alguna. Otra cosa muy distinta es que en algunas empresas se incumpla el principio de prudencia, y con una falta de disciplina —en mi opinión, peligrosa—, se salten la regla de los tres tercios y antepongan el dividendo a las otras dos prioridades. Eso, sencillamente, demuestra que a alguien se le ha ido la cabeza.
Conclusiones
En definitiva, el problema no está en repartir dividendos. El problema es cómo, cuándo y con qué lógica se hace. Demonizar el beneficio empresarial y al empresario por sistema solo refleja una profunda ignorancia del tejido productivo real. En este país, donde las pymes son el motor económico, no se trata de exprimir a quien crea empleo y riqueza, sino de exigirle criterio, responsabilidad y visión a largo plazo.
Porque el empresario que reparte dividendos sin cabeza está condenado a vaciar su empresa. Pero aquel que sabe cuándo contenerse y cuándo recompensar el riesgo que asumieron él y sus socios… ese sí que está haciendo las cosas bien. Y de esos, créanme, hay muchos más de los que algunos quieren reconocer.

Mentor empresarial. Experto consultor de costes y financiero, formador y Presidente en Entorno Empresarial